16 abril, 2012

NI EL VIENTO, NI EL TIEMPO


Luis Manuel nació en 1944 en el seno de una familia valenciana netamente conservadora. Lo llamaron Manolito desde muy pequeño. Siendo un niño de rostro angelical, noble estampa y marcados rasgos europeos, su futuro se vislumbraba más clerical que relacionado con lo que más tarde llegaría a ser.



Sus padres, un discreto vendedor se seguros y una hacendosa ama de casa, jamás imaginarían que después de debutar como aprendiz de joyero y llegar a ser un experto pulidor de diamantes, emprendería una carrera que, cual divino crisol, lo elevaría al cenit de la gloria, pero no con pocas frustraciones en el camino. 

A medida que Manolito iba creciendo, había algo que le llamaba poderosamente la atención : la música, lo cual lo llevó a sus escasos 17 años a formar una pequeña agrupación. Desde entonces, fusionó esta inquietud con un precioso don que Dios le había obsequiado : su maravillosa voz. No cualquier principiante se hubiera atrevido a cantar Only You de Los Platters en público, tal como él lo hizo alguna vez en la Sociedad Coral El Micalet de Valencia.


El joven Manolito tenía un nombre demasiado largo y poco comercial para ser usado artísticamente : Luis Manuel Ferri LLopis. Es entonces cuando su representante  lo bautiza con otro nombre para sus futuras presentaciones y con el cual podría visitar en breve las grandes compañías discográficas. Lejos estaban ambos de imaginar que ese nombre se convertiría en un mito, no solamente en su país sino a nivel mundial.



El primer recuerdo que tengo de Nino Bravo data de los años maravillosos. En casa de mis abuelitos estaba hospedada Lilia Ponce Martell, una muchacha estudiosa, persistente y con muchas ansias de libertad; ella tenía pegadas en la pared de su dormitorio a muchas estrellas del momento, entre las cuales se encontraba Nino, con la camisa abierta y el colmillo que siempre lo caracterizó colgando sobre su pecho. Lilia siempre se había identificado con él y con todos los cantantes que de alguna manera hablaran sobre la libertad.

Nino Bravo parecía ser una persona apresurada en vivir. Logró muchas cosas y lo hizo en muy poco tiempo. Saboreó el triunfo, el cariño de la gente y se estrenó como padre, todo esto cumplidos los 27 años. Era un hombre que parecía tenerlo todo y que tal vez presagió su destino, pues las despedidas se repetían con frecuencia en algunas de sus canciones.



Nunca logré ubicar el momento de mi niñez en el que se dio la noticia sobre el accidente de Nino, faltando apenas cuatro meses para que cumpliera 29 años de edad. Me hubiera gustado brindarle mis pensamientos en ese mismo instante, escuchar sus canciones y tal vez ponerme a llorar.






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